
Llevo viviendo en duelo por 24 días y en tan poco tiempo puedo contarles que he aprendido más lecciones que en muchos años. Últimamente incluso me gusta pensar que me he vuelto más sabia.
La primera es que el duelo no es un proceso que empieza cuando una persona fallece, o no debería serlo. Es más bien algo que empieza a construirse en vida, en la relación que se tiene con esa persona cuando aún está, en hablar de frente, dejar atrás rencores, problemas y enfocarse en lo importante que es apreciar su presencia mientras la tenemos y agradecerle en voz alta. Es dar a manos llenas o lo que podemos según las circunstancias y es recibir con el corazón abierto. El día que el reloj de esa persona se detiene, ya no se puede hacer ni decir más. Estoy segura que llegar frente a un ataúd a culparse o lamentarse hace todo más frustrante.
Definitivamente lo que vayamos a sentir en los siguientes días (y me imagino meses y hasta años) será un reflejo de la relación que tuvimos en vida. Ahora confirmo lo importante que es estar tranquilo con lo que se da en el momento oportuno, para continuar tranquilo cuando ya el tiempo de ese ser amado haya terminado. Tranquilo si bien no es igual a sentirse feliz, sí equivale a tener paz.
Pienso que he llorado poco (para la magnitud de la situación) tal vez por que mi mente práctica cuando me permito llegar hasta ese estado emocional, me repite una y otra vez que aunque grite, llore o patalee nada ni nadie me lo puede devolver, aunque confieso que pensar en eso me causa una impotencia desesperante.
En el caso de la muerte de un padre, o por lo menos del mío, cuando me preguntaban cómo me sentía desde el primer día y en cada ocasión, solo se me ocurre pensar en la misma analogía siempre. Siento que me amputaron una de mis piernas, si bien no voy a morir de eso, tengo que aprender a caminar, paso a paso, con mucho esfuerzo y por lo que he oído (de las personas que ya pasaron por esto) es seguro que voy a volver a hacerlo, pero nunca será igual que con mis dos piernas.
Los padres para muchos (sea cual sea la relación) han sido una constante durante toda la vida. Para mí perder a uno de ellos, hace que pierda a su vez, una de las mayores conexiones con el mundo, por lo que ahora es inevitable sentirme en una especie de dimensión desconocida titulada por una de mis hermanas “el mundo sin papi”.
De repente me encuentro habitando este nuevo mundo, en el cual ya no entiendo el orden de las prioridades, con muchos recuerdos precisos de él, reviviendo con orgullo los momentos en que me sentí buena hija y atesorando aún más en los que mi papá me hizo sentir amada. Afortunadamente aunque uno siempre quiere más, me siento satisfecha. Eso en estos momentos, vale oro.
Mi papá además de ser una persona alegre, bromista, jovial (término de señor) evitaba a toda costa la tristeza (ya a un nivel fuera de lo común) era como si su mente y corazón bloquearan cualquier posible atentado que pudiera borrar su sonrisa o tambalear su optimismo. Hoy estoy segura que algo tuvo que hacer bien porque la primera palabra que vino a mi mente (aún en estado de shock) apenas tuve que enfrentarme a ver su cuerpo sin vida fue: GRACIAS.
Yo en cambio, soy más de la filosofía de “al toro por los cuernos”, de agarrar el dolor y simplemente sentir lo que tengo que sentir y no tratar de postergarlo, mirarlo a los ojos y decirle: “ahora sí, aquí estoy, venga” y dejar que pase lo que tenga que pasar y en esas estoy ahorita, sintiendo el ácido lo que llaman.
Desgraciadamente no hay fórmulas mágicas, webinars, ni recetas para esto. El “un día a la vez” no sirve un carajo cuando soy una impaciente viajera del tiempo que en 5 minutos ya se imaginó navidad, cumpleaños, día del padre y millones de fechas más.
De repente me siento cada día en una escena diferente de la película Intensamente, en la que una o varias emociones se apoderan de mí y existe una verdadera guerra interna por cuál será la vencedora. Nunca he sido tan cambiante como estas últimas semanas. Y hablando de emociones ¿Cuántas veces sentí que me rompieron el corazón noviecillos súper equices? Esto no se compara a perder una relación recíproca del amor más puro e incondional, ahora sé como se siente un verdadero corazón roto, lo demás son cuentos.
Ahora sé que tengo el compromiso de ser más proactiva con las pérdidas de los demás. Hay que ir más allá del ¿necesitás algo? que siempre se agradece pero… no es suficiente. No pregunte, solo HAGA.
Los verdaderos guerrer@s son los que me mandan flores, podcasts, libros, canciones, frases, consejos, me sacan de mi casa, me acompañan a lo que sea y me sostienen a toda costa. Les estaré agradecida el resto de mi vida y no saben cuánto me han enseñado.
El proceso de cada persona es diferente y a cada uno le ayudan cosas diferentes; algunos rezan, otros meditan, otros lloran muchísimo, otros golpean cosas, otros se ocupan y otros como yo leemos.
Y es que precisamente durante una de mis tantas sesiones de lectura vi una de las pocas frases que me han reconfortado “el duelo es un camino de amor”, según la autora esta afirmación se debe a que al final del proceso llegamos al entendimiento de que no nos quitaron nada porque esa persona sigue con nosotros. Por supuesto no de la forma que nos gustaría pero sí a través de su legado, los recuerdos y enseñanzas. Suena muy poético pero tiene sentido. Confieso que aún no estoy ni cerca de alcanzar ese nivel, pero cuando sabemos hacia adónde vamos, en definitiva se hace más fácil encontrar el camino.
Dedicado a la memoria de mi papá, a mi familia en este proceso y a cada una de las personas que han tenido que aprender de nuevo a caminar.
Rebe
Qué lindo Rebe!!!
Qué fortaleza!! Un abrazo grande y en lo que necesites…
Adelante un paso a la vez 💗
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