Ahora que se acerca el día de la madre me puse a pensar en el tema del artículo de la semana y realmente dedicarle uno al año a la persona que le dio la vida y lo cargó 9 meses es lo mínimo que puedo hacer, en lo que a temas bloguísticos se refiere.
Podría enumerar mil anécdotas de cuando yo era pequeña como cuando me dejó el primer día al kínder, esperando que yo llorara y no quisiera que ella se fuera, pero en cambio yo con mi copete y en el tono más cool le dije: hey ma, ¿no te tenés que ir?. También podría llenar párrafos de nuestra interacción cuando yo era adolescente y el berrinche que le hice cuando tuvo el atrevimiento de sugerir que iba a ser de las mamás que van a “cuidar” al paseo de quintos. Ni me quiero acordar.
Son infinitas las veces que me ha ayudado de la manera más incondicional y sin pedir nada a cambio. Aunque amerita que se las cuente todas y podría escribir cien libros de eso, hoy el artículo se trata de lo que me enseñó este año.
Cuando decidí viajar a Asia sola aunque me muriera de miedo por que era uno de mis grandes sueños yo pensé que a mami le iba a dar un ataque. Pasaban los días y no me hacía ningún comentario fatalista como el resto de la gente y me parecía rarísimo, hasta pensé que me estaba aplicando sicología inversa o uno de esos juegos mentales raros que aprenden a hacer las mamás.
Días después sin mucha reacción ya era demasiado raro y le pregunté si no le daba cosa que me fuera hasta allá varios días y lo que me contestó fue algo bastante inesperado y memorable:
“No, por que yo ya aprendí que vos sos hija del mundo”.
¡Qué nivel de mamá me fui a echar! Eso señores y señoras es lo que yo llamo dejar ser a los hijos, es un amor que no es codependiente, ni egoísta. A pesar de que yo nací de ella, soy su hija, pero sabe que no soy de su posesión, que soy una persona independiente con mis propias metas.
Está ahí para apoyarme, guiarme confiando en que decido y no es la clásica mamá que amasa la masa (aunque cocina riquísimo) de la época de antes cuya realización es ver a sus hijas aprendiendo sus recetas y siendo muy «caseras» . Para eso hay que tener verdadera inteligencia emocional.
Seguro la pobre mientras viajé, bajó a todos los santos y me mandó un escuadrón de ángeles de la guarda, pero para mí siempre tuvo esa tranquilidad que me dio la paz de saber que todo iba a salir bien y así fue.
Dentro del kit de cómo ser mamá viene incluido un apartado de cómo sacarnos de quicio, regañarnos y darnos consejos que no les pedimos, pero la vida es la única que les enseña cómo amarnos incondicionalmente, apoyarnos en todo y finalmente si son sabias las hace entender que mientras más lejos nos dejen volar más pronto volveremos.
Feliz Día a todas las mamás y en especial a la mía por dejarme ser quien soy.