Aunque me encanta ir al estadio porque siempre es toda una experiencia, confieso que lo hago muy poco, pero me di a la tarea de hablar con varios amigos fanáticos sobre esas cosas características de los partidos en Costa Rica.
Todo empieza al momento de parquear cuando la gente desesperadamente empieza a buscar un campo por que faltan solo minutos para que empiece el juego. Los más pros en el tema conocen a todos los vecinos de los alrededores que cuidan carros en sus casas y hasta ya tienen contratado su espacio por todo el mes. Aquí nadie desperdicia el negocio y la tranquilidad de los aficionados vale oro.
De nada sirve ponerse colonia, perfume o haberse bañado, porque para el momento en que encuentre el asiento ya su ropa y pelo van a apestar a las carnitas de afuera. No sé como hacen para esparcir ese olor varios metros a la redonda si cocinan en parrillas pequeñas, es como si fueran a la carnicería y dijeran; “ deme la carne que eche más humo”.
Apenas uno se sienta empieza el verdadero festival gastronómico; vendedores de pizza, de helados, el mae con el sifón de Coca Cola, el de las Tronaditas, los famosos pasteles y todo cuesta dos rojos. Cuando uno se da cuenta gastó diez mil en un par de bolsas de papitas, tres pasteles y una botella de agua.
Sin manos para sostener toda la comida que le compró a cada señor que fue pasando, es el momento de apreciar la pasarela de las que van entrando; tacones de 10 cms, shorts con botas de peluche, pelos planchados y maquillaje como si fueran a participar en Miss Costa Rica y un vestuario como si fueran a bailar en Tango India. Obviamente si alguien les chifla o las piropea el novio enjacha con cara de “si te le acercás te mato”, si bien todos somos libres de vestirnos como queramos, me parece un poco más fácil buscar unos jeans, una blusa y sweater. Esas pobres muchachas deben pasar el resto de la semana internadas en el hospital con pulmonía o tienen el termostato jodido por que les juro que no sé cómo aguantan tanto frío.
El primer tiempo entre insultos al árbitro, a los jugadores del equipo contrario y a los del propio también si no están jugando un buen partido, termina con el momento que más amo cuando la barra grita; “Hi-jue-puta, hi-jue-puta”, aunque no sea una ticada y pase en otras partes del mundo, este es casi un canto de catarsis en que la mayoría de la gente no solo le está gritando al árbitro, está liberando el estrés del trabajo, de los problemas, de la vida en general.
Momentos después todo es felicidad cuando en el medio tiempo aparecen las Rumberitas bailando y repartiendo maní, la gente se empuja y pelea por agarrar una bolsita de muestra como si estuvieran tirando relojes y televisores, es parte de la magia del estadio. Creo que Las Rumberitas hoy en día son casi igual de importantes que los jugadores.
Llega el segundo tiempo y pues de las canciones de la barra no quiero hablar mucho por que la mayoría son adaptaciones de otros países ¿dónde está el talento nacional? en eso hay un gol del equipo visitante y un aficionado se tira a la barra contraria a celebrar, qué hombre!
Cuando el partido termina aunque ya está demasiado lleno de todo lo que se comió, mientras va caminando a la salida se da cuenta que los pattys están a 3 x c1000, se los lleva aunque sea para el almuerzo del día siguiente o para llevarle a los compañeros del trabajo. Manda huevo, es un gangón.
Si gana un partido la sele celebramos en la fuente de la Hispanidad, si es un clásico es posible disfrutar un show de tacos voladores y sabemos que es un país bastante pacífico cuando el peor insulto para un jugador es “Princeso”.
En fin estas solo son algunas de las cosas que hacen única la experiencia del fútbol en Costa Rica y por cierto ya se me antojó un patty 😉
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