El amor en la era de los teléfonos fijos

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Sé que voy a sonar como una abuela pero desde que yo era adolescente hasta el día de hoy me ha tocado vivir una evolución tecnológica importantísima que cada vez se mueve más rápido en todos los ámbitos, pero el que nos importa en este artículo es el de “el ligue”.

Yo estaba pensando que a finales de los noventas los maecillos eran bien valientes, llamar a las carajillas por teléfono era cosa de hombres, hoy con los celulares la tienen muy fácil.

Empezando porque pedirle el número a la que les gustaba era lo de menos cuando se compara con tener que llamar a la casa y que le contestara la mamá, la abuela, la hermanita menor o en el peor de los casos el papá.

Uno medio intuía el momento en que el maecillo iba a llamar entonces extrañamente salía corriendo cada vez que sonaba el teléfono y tenía que pegarle un par de puñetazos a los hermanos para que lo dejaran contestar si llegaban antes y típico que siempre resultaba que era la vecina, el doctor o cualquier bombeta que nunca llamaba pero justo ese día se le ocurrió la brillante idea.

Después de gritar cinco veces “mamiiiiiii te llamaaaaaaannnn” uno se iba al baño o se descuidaba un segundo y cuando volvía a sonar como en una escena de cámara lenta algún otro familiar ya estaba más cerca del teléfono y contestaba. No puede serrrrrrrrr!!!!!!!!!

Gotas de sangre sudaba para que no le dijeran ninguna tontera o me molestaran los demás, “con lo que costaba que llamara, sería el colmo que lo espanten” pensaba. El maecillo firme y como todo un guerrero con su voz puberta más ronca preguntaba por uno y era un éxito salir bien librada de esa primera parte.

Los teléfonos eran fijos (nisiquiera inalámbricos, es que enserio les digo era complicado) y generalmente estaban en lugares comunes como la sala, la cocina o el cuarto de los papás, uno buscaba el menos concurrido para hablar con privacidad o se la jugaba hasta donde podía a punta de “ajá”, “si” y “no”. !Qué pulseada por Dios!

Después de dejarlo esperando unos 10 segundos para jugar de importante, tratando de controlar la hiperventilación y callando a las mariposas del estómago uno contestaba con su voz más simpática y natural.

Ya ni śe las tonteras de las que hablaba uno; seguro como del cole, quejas de los papás, la patineta, conciertos o cosas así (fijo no era del calentamiento global ni de la ley de la relatividad) pero de lo que sí me acuerdo es que así que uno le oía todos los cuentos por casi una hora, ya cuando por fin le empezaba a temblar la voz e iba a tirar invitación al cine irrumpía en el teléfono una voz casi del Olimpo que decía; “necesito el teléfono” y al carajo todo.

Hoy cuando vean su celular den gracias por la tecnología y recen por el alma de Steve Jobs.

 

2 respuestas para “El amor en la era de los teléfonos fijos”

  1. Jajajaja me hiciste sonreir y recordar esos buenos tiempos. Del lado de los hombres (minos, así le decimos aquí en Chile), era toda una prueba de temple. Me viene a la mente que uno giraba la manilla circular para discar el número y como eran hartos, había oportunidad de arrepentirse o pensarlo dos veces. Girabas u par de números y era «Noooo,» y colgabas mientras pensabas «mejor empiezo con otra frase, ‘¿me echaste de menos?’ es muy osado». Segundo intento: llevabas tres números y plaf!, cortar y de nuevo el devaneo de sesos «pero si nos vimos ayer, cómo la voy a llamar, va a pensar que quiero algo.. ¡pero sí quiero algo!» (bobo). Y tercer intento. Ya casi todos los números marcados y «Espera, espera!». Respirar. Mentalizarse «La saludo, le pregunto cómo está, le digo que me estaba acordando de la canción que me comentó y que por fin la escuché y que me acordé de ella, ¡No, no! Que me acordé de llamarla ¡Pero si no tenía que llamarla! Ufff, No tengo oficio para esto…» y así. Un par de minutos de autorecriminaciones adolescentes. Y claro, el papá pasa cerca y te miraba, los hermanos te miraban con cara cómplice, la hermana lanzaba algún comentario embarazoso «¿Estás llamando a tu novia?», «¡Noooo, a una amiga!». Y por fin, el momento mágico de marcar el número completo. Tuut. Tuut. Tuut. «No contesta nadie, humm». Tuut. Tuut. «No está, no está, me salvé». Y de pronto «¿Aló?». «Sí, aló, hola». «Hola ¿Quien habla?» (la voz divina de ella). Y claro, uno más ronco que de costumbre.. «Soy yo, Alex ¿Cómo estás?». «¡Hola! Bien, no te conocí la voz». «Sí, es que me escucho más ronco por teléfono» (estúpido). Ella: «Oye, es que estaba saliendo, me devolví a contestar ¿Te llamo mañana?». «Sí, claro, pero llámame!». «Sí, te lamo, chao, me está esperando mi papá». «Ya, chao, que te vaya bien». Fin de la historia, 24, 48, 72 horas de desamor cual antiwoodstock y ella no llamaba. Y así pasaban semanas, meses, hasta tener la osadía de un nuevo intento. Sí, el amor en tiempos del teléfono fijo, una odisea.

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