En medio de unas pequeñas vacaciones al Caribe, por primera vez realizo lo que tanto me atrapa y me da esa experiencia mágica cada vez que visito Puerto Viejo.
Además de los paisajes espectaculares y la vegetación exuberante en la que palmeras y árboles de todos tamaños se unen, me parece que el secreto se encuentra en su gente. No sé si habrán sido criados con chupones llenos de leche de coco, si será la brisa del mar o el clima cálido pero definitivamente lo que los caracteriza es que ellos se atreven.
Al ser el baile una de mis grandes pasiones admiro tanto que se atreven a bailar, dónde, cómo, cuándo y con quién sea; baste que la música empiece a sonar para que le entreguen el control a su cuerpo en una danza en la que mueven músculos que yo no sabía que existían.
En el tema de la música no solo se atreven a tocar toda clase de ritmos en especial los que los identifican, sino que además crean instrumentos con todo aquello que suene y pueda aportarle a sus canciones.
Se atreven también a usar colores llamativos, tanto en su ropa como en sus casas, escuelas, tiendas, productos, en general no temen compartir con el mundo la alegría que visten y contagian.
La comida es una experiencia gastronómica en la que se atreven a mezclar ingredientes que en primera instancia a uno no se le hubiera ocurrido que saben bien juntos, pero que terminan fusionándose en la boca de una manera única.
Se atreven a desafiar a las torres de edificios modernas, frías y contemporáneas y mantiene sus casas de madera coloridas con grandes ventanas a través de las cuales pueden ver el mar.
Dejan a un lado sus preocupaciones por el futuro viviendo un día a la vez, disfrutando cada momento al máximo y hasta se atreven a no usar reloj, como si el tiempo no fuera una limitante.
En general se atreven cada día a retar sus sentidos, siempre con un nuevo tono, platillo o cualquier creación con sabor a coco.