Del despido a la vida soñada (Parte I)

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Siempre pensé que la parte profesional era la más exitosa de mi vida. Estudié publicidad y apenas terminé busqué un trabajo mientras seguía con la Maestría en Comunicación. Durante 10 años estuve trabajando casi sin parar en publicidad y mercadeo, estaba decidida a llegar a ser Gerente de Mercadeo de una trasnacional y construía mi currículo con las piezas exactas para lograrlo.

Trabajaba en una empresa a la que amaba, luego de tres años y medio en que como decimos popularmente “lo di todo” y mi trabajo era altamente elogiado, el asenso no se daba. Aún peor, se abrió un puesto en el que me podía postular pero me dijeron que no me veían ahí. Pensé entonces que esta empresa era como el novio que todos los días me dice que me ama pero al final no se quiere casar conmigo.

Apareció una oportunidad en mercadeo en una industria muy peculiar de la cual no conocía nada, pero era un puesto regional (aún no la gerencia) en el que ganaba mucho más, nunca iba a tener que trabajar extra y como si fuera poco salía a las 12 los viernes. Demasiado bueno para ser cierto.

Las personas de la otra empresa querían tratar de retenerme y yo a pesar de tener mi ego herido quería quedarme, pero no como estaba, no haciendo lo mismo. Pasaron los días en que debía darle respuesta a la nueva empresa y como la vieja no pudo ofrecerme nada finalmente decidí irme.

Ya en mi nuevo trabajo, empecé de cero a aprender de un sector tan distinto al mío y la emoción por lo nuevo pasó muy rápido cuando realicé el tipo de puesto que había escogido. Venía acostumbrada a leer 300 mails, revisar dos brochures, tres páginas de prensa, 3 posts, un par de reuniones y alguna cosa más cada día. Este trabajo era muy tranquilo y poco creativo pero no era lógico dejarlo por todo lo que les conté antes.

Decidí que yo iba a seguir en esa empresa dando lo mejor como siempre pero debía buscar algo que me apasionara, en lo que pudiera crear, que me hiciera levantarme emocionada cada día. Algo así como un hobby.

La escritura siempre formó parte de mi vida desde que era adolescente, escribí más de ciento cincuenta poemas (de los cuales el 70% eran de despecho) una pequeña novela de 70 páginas y algunas cosas más. Después de colaborar con un artículo para el blog de un amigo, decidí que quería abrir uno propio, necesitaba esa adrenalina de ser leída.

Me sostenía en mi trabajo porque ganaba bien, pasaba pensando en los artículos que escribiría en mi blog y sabía que el viernes a las dos de la tarde ya estaría bronceándome frente al mar, pasaba por alto  el hecho de que estaba haciendo algo que no me apasionaba la mayor parte de mi día.

Así que casi había encontrado el balance, en Julio de ese año, con siete meses de trabajar para esa empresa, empezaron los rumores de que a nivel mundial vendrían cambios fuertes en la organización. La empresa se había independizado de otra más grande, manteniendo la misma estructura de puestos en los que hay mil gerentes y una persona para cada cosa y los números no estaban dando al haber dejado a ese papá que inyectaba cuando no había suficiente.

En pocas semanas, los rumores se hicieron realidad y empezaron a rodar cabezas de los grandes directivos en las oficinas centrales en Estados Unidos (los intocables) y así en cascada al resto de países y continentes. El destino era inminente; habrían dos rondas de despido y si uno más uno era dos, yo me iría en la de Noviembre. Por supuesto no era una opción quedarme en ese barco que se hundía y aceptar un despido como parte de mi intachable experiencia laboral.

En el próximo artículo les voy a contar qué hice al respecto.

 

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